jueves, 15 de julio de 2010

Sobre Edouard Vuillard: Desde la belleza más profunda…

Edouard Vuillard fue el hijo de una humilde costurera, sola y enferma, nada de su entorno hacia prever su inclinación por la pintura, pero eso no le impidió quedarse entre los salmos más esplendorosos de la historia del arte.
Sus intimistas paisajes de la cotidianeidad nos recuerdan las escenas de una realidad no menos difícil pero tan bella que no alcanzaría la vida para intentar comprender la visión de su creatividad que lejos de quedarse aislada, trascendió todas las fronteras y ese pintor que a determinado momento huía de las gentes, introvertido a mas no poder, con una madurez impropia para su edad construyo su propio mundo que si apenas puede encasillarse quizá sea dentro de un movimiento, el del simbolismo no obstante es fácil pensar que en su arte respiraba todavía cierta reminiscencia del puro impresionismo, época que hizo regresar a cuestas de su soledad y a puertas cerradas sin imaginar que seria el mas retraído y meditabundo de los artistas dueño de un estilo tan personal como conmovedor.
Vuillard nació en 1868 en Cuiseaux, (Valle del Loira) Francia, a los nueve años junto a su familia se traslada a Paris y allí despertara al arte.
A los diecinueve años renuncia a la carrera militar para dedicarse a la pintura. Estudia en la Academia Julian, donde se hará de grandes amigos, más que de conocimientos. Hacia 1889 se unirá al grupo de Los Nabis, artistas que buscaban renovar el panorama artístico siguiendo algunos postulados de Gauguin (1848 – 1903) es aquí cuando el artista francés realizara algunas de sus mejores obras donde el simbolismo cobra vida. Mas tarde trabajara estrechamente en el decorado, diseño de vestuario e ilustraciones de los programas del Teatre de L’Art y el de L’Oeuvre que presentaban obras teatrales del gran dramaturgo noruego Henrik Ibsen (1828 – 1906) creador del drama moderno.
Su amigo el escritor Poul Veber lo introduce a la Revue Blanche, periódico que marco una época haciendo un compendio de todo lo mejor del arte y la cultura europea de 1889 hasta 1903; por este lapso participa junto a otros artistas del grupo en una exposición en Paris. En el mismo año en otra de sus exposiciones conocerá a dos de los poetas franceses, mas universales Poul Verlaine (1844 -1896) conocido como el príncipe de los poetas, éste creara una impresión tan grande en él que al igual que Mallarmé (1842 – 1898) al invitarlo los martes a la noche a su casa donde se daban cita la gran mayoría de los artistas y músicos de este tiempo para celebrar reuniones literarias, desatara en el artista un profundo acercamiento a la poética simbolista de ambos, no hay que olvidar que el simbolismo (reacción contra el materialismo de la era industrial) en el arte pictórico estuvo precedido por el simbolismo literario, de ahí que Vuillard se sintiera tan atraído, como dato aleatorio Claude Debussy (1862 – 1918) el músico mas influyente del siglo XIX también fue inspirado por los escritos de Mallarmé para crear algunas de sus composiciones.
Los Nabis proponían llevar el concepto artístico a objetos de la vida cotidiana, así Vuillard desarrolla para Tiffany´s diseños únicos para su cristalería, mientras trabaja en residencias privadas realizando murales con influencias del arte japonés. Hacia 1900 y tras disolverse el grupo de los Nabis, y la caída del periódico Revue Blanche que proponía un estilo de vida diferente y distinguido. El artista comienza a trabajar para una de las galerías de arte mas importantes de Paris, pero de neto corte impresionista, le proponen exposiciones periódicas y tras el reencuentro con Renoir y Monet, sentirá de nuevo el entusiasmo y estallara un periodo donde el público se asomara azorado a su arte. Desde 1925 realizara por espacio de 15 años una importante serie de retratos de la aristocracia francesa, como nadie de su tiempo siendo testigo de la sociedad de entreguerras. Huirá en 1940 de la invasión de los nazis, pero fallece en las costas de Bretaña en ese mismo año.
Nada atrapa mas de las obras de Vuillard que las que le dedico a su madre, la anciana costurera trabajando en su taller en días indiferentes, en un almuerzo cualquiera, junto a una ventana dormitando en su sillón hamaca con un trozo de tela en su regazo que a veces parecen nubes a punto de volarse de sus manos o remiendos de un cielo vaporoso, todo bajo un sopor de ensueño, con el tratamiento perfecto de la luz modelando su rostro herido por el tiempo y en ella brindo un homenaje universal a la mujer, a las madres que desde un oficio modesto, le dedican su vida a sus hijos sin pedirles nada cambio. Vuillard no fue uno mas de un grupo de artistas del simbolismo que pretendían otro destino, había algo mas en él que se avista cuando dedica todo su esfuerzo para plasmar imágenes de entrecasa, ahí donde no hay lugar para fingir una sonrisa, ahí donde en el instante menos esperado la soledad se hace presente sin remedos, donde se sufre o se disfruta sin simulaciones, donde nadie puede ver cuan frágil es el hombre, con su semblante y sus huesos deshechos, donde somos nosotros mismos, con el alma saliéndose por los poros de una espera o un atisbo imposible. Vuillard nos demuestra que también es un soñador perdido que esta intentado detener los años, los días, las horas que van llevándose todo lo que amaba, pero siempre desde la belleza mas profunda e irrepetible.

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